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ALMUDENA BARCELONA

ALMUDENA BARCELONA

“El periodismo no era mi vocación, apenas me interesaba, pero las oportunidades se presentan cuando menos te lo esperas, por eso son oportunidades.

 

Y ahora, ironías del destino, estoy aquí pasando mis últimas horas escondida en una habitación de hospital por cubrir una noticia de escasa repercusión. ¡ESCASA REPERCUSIÓN, LOS COJONES!

 

La situación es cuanto menos caótica, hemos llegado a las cinco de la tarde un cámara en prácticas y yo.  Según el informe que nos han pasado en la redacción, debía ser algo rápido, llegar, entrevistar, como siempre a los más exaltados, recoger y marchar.

 

Pero, nada salió bien, al llegar el caos era palpable. El simple hecho de ver un hospital civil, controlado por militares hacía temer lo peor. Apenas nos dejaban grabar nada, pero si solo éramos una televisión local...

 

Uno de ellos cogió un spray naranja de las obras, marcó un círculo en el suelo y nos dijó textualmente:

-Ni se os ocurra salir de aquí.- sentenció con una bonita y desafiante mirada. ¡Prepotentes!

 

Así que allí estábamos nosotros, vigilados por el militar educado, retransmitiendo en directo desde un círculo pintado a spray en el suelo.

 

Justo al acabar de retransmitir para la cadena, antes de recojer los bártulos, se oye un disparo en el pasillo de urgencias, no me lo podía creer.

 

Cogimos deprisa el equipo básico de grabación para averiguar que estaba pasando, si había noticia teníamos que ser nosotros quien la diera o ya me podría poner a buscar trabajo.

 

La entrada de Urgencias era un caos, toda la gente de la sala de espera corría despavorida. Después me enteré que no solo corrían por el disparo.

 

Según uno de los testigos que conseguí parar cuando la gente salía, un hombre con la ropa sucia y la cabeza agachada caminaba torpemente y arrastrando los pies por uno de los pasillos que están al fondo de la sala de espera de urgencias.

 

Los que esperaban, jugaban a averiguar si aquel hombre iba borracho o drogado. Él seguía caminando ausente a su alrededor por el largo pasillo.

 

Mientras, el murmullo de la gente aumentaba y se escuchaba alguna que otra carcajada y algunos adolescentes grababan con sus teléfonos móviles a aquel tipo errante y confuso.

 

Cuando estaba a escasamente diez metros de la muchedumbre que ya se agolpaba en la puerta corredera que separaba el pasillo de la sala, una interna joven vestida de verde y con unos llamativos zuecos Crocs de color amarillo fluorescente, se acerca para acompañarle de nuevo a su habitación.

 

Al aproximarse, el efecto es electrizante sobre aquel tipo, levanta la cabeza espasmódicamente y con un gesto rapidísimo se avalanza sobre su víctima, la sangre de su cuello salpica la pared de forma escandalosa, con un agresivo bocado. Está fuera de sí mordiendo aquella pobre muchacha en prácticas.

 

La gente se pone a gritar escandalizada por aquel espectáculo bizarro, parece salido de una película de serie B de los 70. Un chico alto y fuerte, se arma con una silla de ruedas que hay en el pasillo y golpea al agresor por detrás, éste en un gesto de furia, levanta la cabeza.

 

Sus ojos son blancos y sin vida, incluso alguien comentaba que era un ciego. Nadie podía imaginar que aquel tío salía de la morgue porque lo habían declarado muerto, horas antes.

 

Yo también creía que era un rumor de las enfermeras hasta que me enseñaron el informe, el doctor Baldomero lo dio por muerto debido a un accidente de tráfico. Lo que no sabían es que ya estaba infectado con ese virus del orfanato, no le vieron el mordisco para llevarlo a la carpa destinada a ellos por sus múltiples heridas que se hizo en el choque vial.

 

Al golpearle en la espalda, éste se levanta, tensa los brazos hacia atrás en señal de furia, abre la boca negra repleta de sangre de la víctima y de una gelatina muy oscura que le gotea del labio inferior y se avalanza sobre el chico.

 

La gente, ya muy asustada, corre despavorida hacia fuera, los militares corren hacia dentro.

 

En ese momento, desde el exterior se escuchó un disparo con mucho eco. Los otros militares se dedicaron a acompañar a la gente hacia el parking. Pero no comprobaron la entrada de la ambulancia a los boxes, por allí entramos nosotros.

 

Estaba todo en silencio, no había nadie, solo se oía vagamente a los soldados, donde supongo estará el pistolero. Nos acercamos por su retaguarda para escuchar lo que dicen, como se den cuenta son capaces de dispararnos.

 

Entre ellos discutían sobre que hacer con los dos cadáveres de las víctimas del señor desaliñado que murió en el accidente de tráfico, que estaba al final de un gran chorreón de sangre negra aliñado por sus propios sesos en la pared. Sentado en el suelo.

 

Según entendí, decían que una vez muertos, al poco rato los cadáveres se levantaban convirtiéndose en unos cabrones agresivos que mordían a todo el mundo infectándolos. Al principio no me lo creí.

 

Hasta que pasó. La chica empezó a tener unos espasmos muy violentos. Los militares se giraron y uno de ellos dijo:

 

-¿Véis? Os lo dije, a todos les pasa. - Dice uno de los más jóvenes.

 

-Espera, espera.- Ordena el de mayor rango, mientras le baja el cañón que apunta directo a la cabeza.- Quiero ver qué pasa.

 

Le indico al cámara que empiece a grabar.

 

Las sacudidas cesan, el cuerpo empieza a levantarse con los ojos cerrados aún, pero se nota por debajo de los párpados que estos los mueve con rapidez. Los tics nerviosos de su cara son múltiples.

 

De repente los abre totalmente, emite un gruñido gutural amenazando a los presentes, es terrorífico. El mando dispara a la cabeza, convirtiendo aquel pasillo en un cúmulo de ecos ensordecedores y el suelo en una sopa de sangre, trozos de cerebro y pequeños cachos de cráneo.

 

La suerte jugó en favor de los militares cuando nuestra cámara de vídeo emitió dos pitidos seguidos en medio del silencio que reinaba después del disparo. Creo que era la falta de carga en la batería. Nos habían descubierto.

 

Uno de ellos asomó el cañón de su G36 por el hueco de la puerta entreabierta y salimos con las manos en alto.

 

-Somos periodistas, no disparen por favor.- La voz me temblaba como a un adolescente cuando se declara por primera vez.

 

El alto cargo nos mira, se frota la frente y suspira. No le gustamos, y menos aún aquí y ahora.

 

-¿Saben que los podríamos haber matado aquí por su curiosidad? - pregunta con retórica.

 

Se aleja, no sin antes ordenar a los otros soldados:

 

- Que uno de vosotros se los lleve arriba y le quite la cámara, ya después decidiremos qué hacer.

 

Interrumpo con aires de grandeza, no tendría que haberlo hecho.

 

-Oiga, no puede tratarnos como perros, somos civiles.

 

- Señorita, no están ustedes en posición de negociar. Así que si son tan amables, acompañen al soldado o no tendrá sitio donde ponerse un sombrero, ¿entiende? Decir que usted estaba infectada o nos atacó me sería muy fácil, colaboren.

 

Lo dijo tan convencido que se me heló la sangre, no nos quedaba más remedio que darle la cámara y seguirles, al menos hasta que se calmen las cosas. Después nos pidieron que les diésemos nuestras identificaciones, qué remedio.

 

- Vamos hacia arriba, tenemos un helicóptero esperándonos en el tejado.

 

Era increíble la rapidez con la que se había evacuado el edificio, subíamos las escaleras en vez de coger el ascensor. No es un hospital demasiado grande, pero la actuación de los servicios de evacuación fueron admirables.

 

En cada escalón, nos tocaba esquivar algo, un pijama de enfermo, una pértiga de las que se usan para llevar la bolsa del suero... Etc, incluso un orinal, ¿ quién ha intentado huir con un orinal?

 

El móvil me avisa que me queda un 20 por ciento de batería, seguiré escribiendo luego.

 

Hace unas tres horas que escribí lo de la batería. La cosa ha ido a peor. Mientras subíamos, detrás de las puertas de acceso a los salones de espera que estaban bloqueadas, se escuchaba actividad. El militar paraba con la mano apoyada en la hoja de la puerta, supongo para notar vibración, seguidamente informaba con la radio de actividad “hostil”.

 

Toda la gente “sana”, al menos en lo que se refiere a la infección, fue evacuada, ya que según la actuación cautelar, todos en teoría están en la carpa exterior del hospital y en el polideportivo que habilitaron para ello.

 

Entonces, ¿a quién se refieren con actividad hostil?

 

No aguanto y pregunto:

 

-Perdone, ¿a qué se refiere con actividad hostil?

 

-Mire, piense que pese a nuestros intentos de separar a los infectados del resto de enfermos, ha habido muchos factores que no se han tenido en cuenta, hay gente que ha sido atacada y después conduciendo su coche se ha desmayado debido al efecto de la infección, se les consideró accidentes de tráfico. Así que estos no han ido a la carpa. Algunos no presentaban ningún tipo de ataque, se han contagiado al besarse con un infectado por ejemplo, tenían fiebres y malestar, después de las preguntas del protocolo no parecían ser víctimas del virus.

 

-¿Porqué lo saben ahora y no cuando pasó?

 

-Señorita, piense que estamos prácticamente en la Zona Cero, todo está empezando aquí. Por muy preparados que creamos estar, todas las situaciones nos cogen como novatos. Ahora debemos arreglar esto como podamos.

 

Mientra hablábamos, íbamos subiendo las escaleras hacia el pequeño helipuerto situado en el tejado, hasta que llegamos a la planta de psiquiatría. Desde dentro se escuchó a una mujer gritar:

 

-Ayuda por favor, sé que están pasando por ahí, escucho la radio. Por favor, ayúdenme. – suplica una voz en el interior.

 

El militar que nos acompaña, que hasta el momento se había comportado mejor de los que esperábamos, nos hizo un gesto advirtiendo que entraríamos detrás de él. Había decidido atender a esa voz femenina que salía de aquella planta.

 

Abrió la puerta con cautela asegurando el perímetro, siempre con su rifle por delante, todo despejado. La sala donde estaba la chica se encontraba a unos veinticinco metros, es una sala de cristal donde está el punto de información, en cualquier otra planta del edificio no están cerradas pero esto es psiquiatría.

 

La llave está colgada de la cerradura en nuestro lado, el militar sigue mirando hacia todos lados, el silencio es sepulcral, solo salpicado por movimientos de arrastrar sillas y otros muebles en las demás plantas.

 

La sala está intacta, no hay nada roto, solo encuentro algunas cosas médicas por el suelo que hacen preveer una huida desesperada del lugar, camillas, el carro de la comida y varios utensilios decoran el piso. Nos acercamos a la enfermera para sacarla de su particular celda.

 

El ruido del girar la llave en el cláusor enciende la actividad en la planta, de repente, se escuchan camas sacudidas violentamente y golpes en las puerta de las habitaciones, cerradas eso sí.

 

-No se preocupen.- Nos dice la enfermera. –Lo hacen siempre, así saben que el turno ha empezado, es su forma de llamar la atención. Mis compañeros me dejaron aquí porque tenían mucha prisa por irse.

 

Nos hemos llevado un susto de muerte, ella pensará lo que quiera, pero esta situación es de todo menos tranquilizadora. El soldado se percata que apenas puede andar bien nuestra víctima recién rescatada, es debido a un tobillo hinchado y morado, asegura que no sea un mordisco y se la echa al hombro mientra en la otra mano sujeta el rifle G36.

 

Casi al final del pasillo, al pasar por delante de una de las puertas que están siendo golpeadas con especial violencia, ésta cede. La puerta vuela de un fuerte golpe, le da en la cabeza al soldado y en el hombro a la enfermera. Del oscuro hueco sale un tipo grande, casi dos metros y tranquilamente ciento veinte kilos de peso.

 

Tiene la cabeza afeitada y cuando levanta la cara, veo su expresión. Es totalmente cadavérico, piel pálida, comisuras de los labios, ojeras de color morado y los ojos blancos como los que hemos visto en la planta de urgencias antes. De su boca chorrea un fluido negro viscoso y tiene los dientes manchados con eso también.

 

Su ataque es feroz, le ha llamado especial atención el soldado y se abalanza sobre él con una expresión terrorífica, a la enfermera y a mí nos arrastra como si fuéramos dos muñecas de trapo. Ella se ha golpeado la cabeza contra la pared del pasillo y yo he salido despedida por los suelos debajo de una cama de una de las habitaciones vacías.

 

Mi cámara ha salido corriendo en cuanto ha empezado el ataque por las escaleras hacia la planta de abajo, suerte valiente. Si dependiéramos de él para salvar la vida, lo tendríamos claro.

 

La lucha en los pasillos es feroz, parece que alguno más ha conseguido salir de su cuarto, no he oído ningún disparo. He visto sombras por delante del pequeño hueco de la puerta entreabierta, no pienso salir de aquí hasta que venga ayuda.

 

Así que estoy debajo de una cama de un hospital en la planta de siquiatría, con una infección que hace que la gente se vuelva agresiva después de muerta, nadie de mi círculo de confianza me contesta a las llamadas, yo sin batería apenas y mi única herramienta de comunicación con el exterior es este mail.

 

Espero que vengan a rescatarme pronto. Sino, familia os quiero a todos.

 

Enviado desde mi iPhone.”